A 5 kilómetros de la frontera con Francia, se alzan las ruinas de la Real Fábrica de Armas y Municiones de Orbaizeta. La explotación se erigió en el siglo XVIII sobre la antigua ferrería del monte Aezkoa; la riqueza maderera, la presencia de minas de hierro y cursos de agua propiciaron su instalación en este enclave.

El fin de la fábrica era el abastecimiento de armas y munición al ejército. Fue cedida a la corona y su existencia fue corta, apenas un siglo, pero muy azarosa. Su proximidad a la frontera la convirtió en objeto de constantes saqueos e incendios, pero conseguía resurgir una y otra vez hasta que en el siglo XIX fue suprimida definitivamente.

En la actualidad, las ruinas han sido devoradas por la vegetación, y escondidas bajo un manto verde de musgo esperan los trabajos de recuperación. Su aire enigmático y el ser una importante muestra de la arqueología industrial del siglo XVIII le ha valido la declaración de Bien de Interés Cultural.
Los restos de la Fábrica de Armas de Orbaizeta nos recuerdan que en este punto se asentó el principal centro industrial militar del norte de España. Se encuentra ubicada en un frondoso y escondido rincón de la Selva de Irati. La explotación surgió allá por el siglo XVIII, cuando la existente en Eugi agotó los bosques de su entorno. Carlos III decidió entonces levantar una nueva que les proveyera de munición y armamento para las sucesivas guerras en las que tomaba parte la Corona en la época. La cercanía de yacimientos de hierro, la abundancia de agua en los arroyos cercanos y la madera favorecieron su establecimiento en Aezkoa.

El antiguo complejo fabril se articulaba en tres niveles integrando la fábrica, un poblado, la iglesia, las viviendas de los obreros y un ingenioso sistema que conectaba las carboneras y los almacenes minerales con la propia boca de los hornos a través de unas plataformas aéreas. Más de 150 trabajadores y sus familias, junto a tropas de vigilancia vivieron durante años en este frondoso y perdido rincón de la Selva de Irati. En él se llegaron a fabricar hasta 3.600 bombas anuales.

Su aislamiento, que encarecía la materia prima, los grandes gastos de mantenimiento así como los continuos asaltos y saqueos hicieron que el complejo cerrara sus puertas definitivamente a finales el siglo XIX. El posterior abandono fue devastando las moles edificadas hasta convertirse en ruinas que la maleza ha ido escondiendo con el paso del tiempo. Aún hoy distinguimos los hornos y la canalización del río Legartza, pero el estado del recinto requiere de una importante restauración. Con un proyecto de recuperación en marcha, la fábrica se ha sumado a la lista de bienes de interés cultural.

Fuente: Turismo de Navarra